lunes, 23 de mayo de 2016

Terremoto de un Manaba en Guayaquil

Es domingo 22 de mayo del 2016, me encuentro en el sexto y último piso del accesible Hotel Vélez, ubicado en el centro de Guayaquil. Estoy aquí por clases de Maestría; son alrededor de las 9 a.m. y estoy en una habitación triple. Los motivos de la habitación triple están más adelante. Erika (mi esposa) está junto a mí, y con nosotros una amiga de Erika, que se volvió nuestra inquilina. Erika y su amiga (que hace la Maestría con nosotros) están haciendo un deber que el profesor había enviado la tarde anterior para la próxima clase.

Y cómo mi imprudencia me precede, hago el comentario inapropiado: 'Réplica, réplica'. Ambas  se quedaron inmóviles para ver si sentían el movimiento, y noté, entre temor y disconformidad cuando clavaron sus ojos en mí. Ellas aún no superan lo vivido hace un mes atrás, aquel fatídico 16 de abril, cuando un Terremoto de 7,8 azotó nuestro provincia, Manabí: ese día cambió la vida de familiares, amigos y conocidos. Una tremenda tragedia.

He leído muchas historias contadas por amigos en sus blogs y redes sociales, he quedado pasmado ante vídeos caseros y de vigilancia del movimiento telúrico, he visto reportajes tremendos de supervivencia y dolor, he vivido en carne propia el sufrimiento de la gente al verse sin nada, y he sentido una desesperación total al ver la infraestructura dañada de nuestra ciudad. Y pensé: ¿de qué me serviría compartir mi historia si yo ese día no estaba en Manta? No perdí nada, y sobre todo, saber que ya todos han escrito de todo... más creo, que la desesperación vivida y el saber que estabas lejos del resto de tus familiares, contando además que nuestra estadía en Guayaquil fue un calvario, merece la pena ser contado.

Éste hotel, donde ahora me encuentro, fue el testigo de esa tragedia, y al verme de nuevo aquí, en este mismo piso, el sexto, me llevó al inevitable pensamiento de que salimos ilesos simplemente porque Dios así lo permitió.

Era un fin de semana normal de Maestría en la Universidad Casa Grande. El viaje quincenal que hago a Guayaquil para asistir a clases es tan cotidiano que no espero nada emocionante.

El viaje del viernes 15 de abril se desarrolló de forma rutinaria; salir al medio día de Manta, luego de 3 horas llegar al hotel para separar habitación y inmediatamente ir a recibir clases de 18h00 a 22h00. Finalmente, regresar al hotel para descansar, pues al día siguiente las clases continuarían.

El sábado 16 de abril, inició de igual manera; en la mañana salir a comer algo y llegar a la Universidad, pues de 13h30 a 17h30 las clases nuevamente son el plato fuerte del día. Las clases terminaron a la hora programada, y me sentía cansado, así que le dije a Erika que fuéramos a comer algo para luego irnos al hotel a descansar. A Erika se le ocurre la idea de invitar a su amiga a nuestra habitación a ver una película que yo previamente había descargado. Nos pareció un buen plan.

Regresamos al hotel a las 18y50. Nos dieron la llave de la habitación, subimos al ascensor con la amiga de Erika (ésta chica también estaba en nuestro mismo sexto piso al otro lado del pasillo). Al salir del ascensor ambas se pusieron de acuerdo para en 20 minutos verse en nuestra habitación para ver la película. Abrimos la habitación y mi primer acto fue lanzarme a la cama y la vez quitarme los zapatos, mientra veía a Erika entrar al baño.

No pasó un minuto (ese 18h58 que después sería noticia) que no terminaba ni de encender el televisor, cuando sentí un movimiento fuerte del edificio. Me levanté automáticamente de la cama y abrí la puerta de la habitación a la vez que Erika salía del baño completamente asustada. Nos miramos y con un gesto le extendí mi mano para salir al pasillo. Pensé que eso sería todo; estamos acostumbrados a sismos continuos y pequeños. Pero no. Después de ese primer movimiento, las luces se apagaron para luego comenzar a temblar con más intensidad y el edificio comenzó a moverse cuál hamaca impulsada por alguien. Fue en ese momento que prácticamente arrastré a Erika a buscar las escaleras para comenzar el descenso; ella oraba entre murmullos y los escalones se hacían eternos. A medio edificio, delante de mí iban más personas, que por la adrenalina que yo llevaba parecía que bajaban un escalón por hora. ¡No podía rebasarlos! Me tocó seguir detrás de ellos hasta la misma planta baja, mientras seguía agarrando a mi esposa de la mano con tal fuerza que después pensé que hasta la pude haber lastimado. ¡Fue un error utilizar la escaleras! Ahora lo sabemos, pero en la desesperación nadie sabe ni estamos preparado para estas catástrofes.

Salimos a la calle buscando campo abierto, pues el edificio seguía moviéndose. Erika rompió en llanto y yo la abracé intentando tranquilizarla, pero era imposible. Ella preguntaba por su familia en Manta y por su amiga, la que estaba en nuestro mismo piso pero al otro lado del pasillo y que estaba por ir a nuestra habitación a ver una película. No estaba con nosotros, y no la encontraba entre la gente que había evacuado. Ella bajó mucho rato después, pues el movimiento fue tan fuerte que no podía moverse por sí misma y estaba en el baño con la puerta trabada. ¡Ella aguantó sola el terremoto en el sexto piso! ¡Qué huevos tiene esa chica!

Mientras esa chica vivía eso, yo saqué el celular de mi bolsillo y comencé a timbrar a mis papás y hermanos, a mis suegros y mi cuñado. Las lineas estaban colapsadas. Pasaron muchos largos minutos hasta que me pude comunicar con papá. Él no estaba en la casa, se había ido a jugar fútbol y tampoco sabía nada de mamá. Me pidió tranquilidad. Le dije que estábamos bien y que iba a tratar de comunicarme con mamá y mis hermanos.

Después de muchos intentos contacté con una tía que vive al lado de mamá, ella me dijo que todos estaban bien, y les informé que papá también estaba bien, que ya me había comunicado con él. Para esto, la amiga de Erika junto a sus huevos tremendos, ya habían bajado del edificio.

Seguí intentando llamar ahora a mi cuñado, hasta que contacté con él, le escucho decir un Aló, y le pasó el celular a Erika. ¡Un grave error! Ese muchacho trabaja en el Paseo Shooping, y había sido testigo de la destrucción parcial de ese edificio, por lo que lloraba al teléfono. Erika al ver el estado del hermano, comenzó a llorar  igual y a desesperarse y perder el control. Le arrebaté el celular y le pedí calma a mi cuñado, le pregunté su estado y dijo que estaba bien. Él me confirmó que ya se había comunicado con mis suegros que también estaban bien. Le dije a Erika que todos estaban bien, que se calmará. Nuestros amigos uno a uno se reportaban en nuestro grupo de Whatsapp. Erika se calmó un poco más. No seré el mejor esposo del mundo, pero creo que demostré la seguridad que cualquier esposo debería tener en momentos como éste. Ni yo mismo sé cómo lo hice. Recién en ese momento nos damos cuenta que ambos salimos del edificio con los pies descalzos.

Un amigo de la Maestría se contacta con nosotros y nos ofrece quedarnos en su casa por esta noche. Mi auto estaba en el subterráneo del edificio y nuestras maletas en la habitación. Y sí, me tocó sacar ambas cosas entre tanto temor.

Llegamos a casa de nuestro amigo que amablemente nos adecuó una habitación. Yo tenía que dormir, necesitábamos regresar a nuestro Manabí y ver a nuestras familias y las desgracias que ya nos eran palpables al ver los noticieros locales. Fue una noche larga. Una primera réplica fuerte a las 3 a.m. nos hizo recordar el terremoto y ya nuestro cuerpo estaba más alerta que nunca, por lo que fue imposible descansar.

Partimos a primera hora, el suegro de mi amigo guayaquileño nos acompañaba, pues no sabía nada del padre que vivía en una de las zonas más afectadas. El viaje fue de igual manera tenaz. Las calles estaban desiertas, el miedo rondaba el ambiente. Mi cuñado vuelve a llamar a Erika para decirle que había alerta de tsunamí en la ciudad y que iban a casa de mis papás que viven alejados de la costa. Otra vez mi ingenuo cuñado hacía de una inestable Erika nuestra preocupación. La alarma de tsunamí era falsa, rumores de delincuentes para desvalijar casas mientras los propietarios buscaban buen recaudo en zonas altas de Manta.

Llegar a Manta me llenó de emociones tremendas, toda la fortaleza que había tenido la noche anterior estaba a punto de derrumbarse; la ciudad que me había acogido, la ciudad de mi esposa, de mis amigos, estaba devastada. No había agua, no había gasolina, no había nada. Los edificios colapsados, calles partidas, casas con sus columnas y mampostería a punto de caer. Era una ciudad fantasma. Dolía el alma.

Llegamos a casa, volví a contactar a mis papás. Vi a mi cuñado y a mi suegro con una cara de derrota, que no pude pronunciar palabras. Estaban ilesos, pero habían vivido algo nunca antes visto.

Los primeros días del terremoto hubo de todo. Caos de la gente por conseguir agua. Autos buscando abastecerse de gasolina. Las gasolineras servían para acoger gente y cargar sus celulares.

Mi lugar de trabajo estaba bien. El de Erika si tenía que ser desalojado. Nos estamos acomodando otra vez. A la semana siguiente reanudamos labores y así seguimos. Estamos atentos a las constantes réplicas. A la ingenuidad de la gente por creer en noticias falsas por redes sociales. El trabajo de demolición que se lleva a cabo. Amigos perdieron familiares y amigos míos no están ahora para contar su historia. Muchas cosas.

Los estragos causados están a la vista de todos, no tengo que profundizar en ellos, además no lo quiero hacer, pues siempre he dicho que nuestra tierra es nuestra tierra y pensar en ello si me afecta de sobremanera. Soy muy arraigado a mi tierra.

Erika vive preocupada, pero creo que es fuerte sólo que ella no lo sabe. Y cómo la amiga es igual o más nerviosa que ella, decidieron invadir mi territorio; y desde el día del terremoto piden habitación triple, esa es la razón por la que me encuentro así, para según ellas, estar todos juntos por sí algo pasa. Duermo con mi esposa, y también con la amiga de mi esposa a una cama de distancia. :D

Cada vez que me preguntan mis amigos y conocidos dónde estaba ese día, les respondo que en Guayaquil, y ellos exclaman: ¡Por suerte! Mientras yo en mi mente digo: ¡Ni se imaginan lo que nosotros vivimos en ese hotel! Simplemente logro articular: Tal vez fue diferente, pero si lo que yo sentí allá fue fuerte, imagino cómo lo vivieron ustedes.

Hoy, a pesar de todo, aquí estamos. Sí me afectó emocional y económicamente el terremoto, pero aquí seguimos, luchando por esta ciudad que nos ha brindado mucho. No soy impulsador (ahora mismo en Facebook tengo muchos amigos que se han vuelto filósofos después del sismo) pero sí creo en que la única manera de salir adelante recae en nosotros mismos. ¡No tengo más que decir!

¡Vamos, querido Manabí!