Jacinto había celebrado hace poco sus 60 años. Todo era alegría. De pequeños jugábamos frente a su casa. Parábamos dos hileras de ladrillos en cada extremo, simulando los arcos y comenzaba a rodar el balón. El terreno de juego era lastre y piedras. Esos pequeños, los hijos de Jacinto, incluyéndose, son mis amigos y familiares.
Ya no jugamos más en el portal de la casa de Jacinto, nos mudamos a poquísimos metros. Cambiamos el lastre por el césped natural. Ahora el reducto es el Estadio Catarama, así le pusieron nuestros padres a esa cancha, porque antes del césped, el terreno estaba lleno de esa planta de espinas, hojas redondas y una florecilla azul acampanada.
Mi papá comenta que Jacinto era uno de los mejores centrocampistas defensivos. Mi posición favorita en el fútbol. Nunca lo vi jugar. Él había colgado los botines cuando ya tuve uso de razón. Yo si corrí con más fortuna; a sus 62 años aún veo jugar fútbol a mi papá y hasta lo hemos hecho juntos.
Hace unos días Jacinto enfermó. Un enemigo conocido. El dengue. La situación se complicó y sumado al colapsado sistema de salud, terminaron por mermar su estado. Fue rápido. Ayer dejó de existir. No pude evitar recordar todas esas anécdotas. Ninguno de esos pequeños que jugábamos frente a su casa pudimos despedir a ese buen amigo.
Como el caso de Jacinto hay muchos más. Comunidades afectadas completamente. El dengue también está llevándose a amigos y familiares. Los casos siguen en aumento. Montecristi es uno de los más afectados. Mucho cuidado.
Aquí la nota en La Marea:
Eisser.
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